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Imagen: Martin Armstrong |
El siglo XXI germinó de la mano de un paradigma universal: los medios de
comunicación ya no pertenecen al clásico mundo del broadcasting[1] y los espacios virtuales globalizados
–como Internet- irrumpieron desparramando una concepción “democratizadora” de
la información.
Hace 185 años, cuando los "mass media" ni siquiera figuraban en el mapa, Alexis de Tocqueville describía para la Europa post monárquica -en La Democracia en América- cómo el sistema político norteamericano estaba “cubierto de una apariencia democrática, bajo la cual se ven de cuando en cuando asomar los antiguos colores aristocráticos”.
Algo similar podría plantearse sobre la injerencia de los nuevos medios en la sociedad actual y su presunta "virtud republicana" ya que, bajo un manto liberal, el ciberespacio[2] evade el territorio democrático. En realidad, en la red informática convergen varios fundamentos ideológicos: políticos, productivos, sociológicos y comunicacionales, pero también conviven otros conceptos antagónicos donde Adam
Smith y Karl Marx podrían fundirse en un apretón de manos insospechado...
Un nuevo entorno
social
Las nuevas herramientas de la información y la comunicación transforman
nuestras conductas. La Red ha crecido de tal manera que los cambios en el
comportamiento humano son un fenómeno sociocultural. Estos avances tecnológicos
-y aquellas interrelaciones- posibilitaron la creación de una sociedad de la
información[3]. Al
definir a la sociedad de la información primero debemos conocer quienes la
componen y para ello es necesario delinear una premisa trascendental: todos sus
integrantes requieren de la capacidad de conexión a las redes telemáticas
mediante cualquier dispositivo. En consecuencia, quienes no posean esa disposición
estarán fuera de dicha sociedad y, según la antropóloga Paula Sibilia, “al menos cinco mil millones de terráqueos carecen del acceso a la Web”[4]. Esto nos lleva al primer conflicto democrático.
Los nuevos bárbaros[5]
de la sociedad de la información –los excluidos del sistema- solo serán reconocidos en la misma una vez que logren acceder a las plataformas que los conecten al ciberespacio.
Sibilia nos amplía el panorama advirtiendo que “a contrapelo de los festejos
por la democratización de los medios, los números sugieren que las brechas
entre las regiones más ricas y más pobres del mundo no están disminuyendo”[6].
En definitiva, los marginales informáticos suman cerca de dos tercios de la
población mundial y “están condenados a la indivisibilidad total”[7].
De esta forma, se vulnera uno de los valores elementales del modelo: la igualdad.
Ahora bien; si cerramos el espectro, es decir, cuando identificamos únicamente a los
actores que interactúan en la sociedad de la información,
contemplaremos que la cibercultura[8] -como producto avanzado del capitalismo
moderno- posee herramientas que acentúan el consumismo, reconfigurando las
antiguas relaciones sociales descritas por Marx: hay una nueva burguesía propietaria de los medios en red y una creciente masa de ciberusuarios. Ambas clases ratifican las contradicciones expuestas
por el autor de El Capital.
El esquema de clases de la sociedad de la información se podría representar con forma de cruz, donde los vectores opuestos se superponen: de un lado, y adaptando la teoría de
Michel de Certeau sobre la problemática del poder[9],
existe una clara transversalidad en los vínculos sociales que despliegan
los cibernautas; del otro, y por encima de ellos, desciende una línea verticalista
de dominación ejercida desde la nueva
burguesía -los llamados “señores del aire”[10]
o, para ser más explícitos, los propietarios de las corporaciones de tecnología
alojadas en Silicon Valley- quienes imponen ese poderío arbitrariamente.
Por lo tanto, la actividad transversal de los consumidores se genera
mediante el uso de la tecnología porque con ella “atraviesa todos los sectores
de la pirámide social de distribución”[11],
actuando masivamente y rompiendo cualquier límite territorial. La Web y las
redes son el espacio público de hoy, donde prácticamente se dirime todo: desde
la gestación de lazos comunitarios hasta las relaciones comerciales más
importantes. Así pues, el ciberespacio no solo es un medio de comunicación
innovador, sino que se ha transformado en un recurso de producción, tanto
virtual como real[12].
Hace más de 40 años, el filósofo
y estudioso de los medios de comunicación Marshall McLuhan descifraba que las
tecnologías que nos rodean, además de modificar nuestras conductas, cambian la
“forma de ver el mundo”[13].
Al respecto, Marx y Engels señalaban algo similar trece décadas antes que el
canadiense: “merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de
producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía
arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones (…) En una
palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”[14].
Los dueños de la Web y las redes
telemáticas -al igual que la clase dominante apuntada por Marx- “necesita
establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la
explotación del mercado mundial”[15].
Precisamente, la actividad conducida por los señores del aire persigue
“las líneas establecidas por los discursos dominantes (…) y tienden a
representar sus propios intereses”[16].
Cuando el sociólogo alemán apuntaba que la clase que tiene a su disposición los medios de
producción material controla a la vez los medios de producción mental, estaba explicando cómo se sostiene la dominación ideológica, cultural
e intelectual en las sociedades capitalistas modernas. Este concepto recobra
notable vigencia en la sociedad de la información.
En la misma línea de pensamiento, el italiano Antonio Gramsci aporta un enfoque más claro con
la noción de hegemonía porque refiere
una situación donde la unidad dominante, es decir, “una sola de ellas (…)
tiende a prevalecer (…) en toda el área social sobre una serie de grupos
subordinados”[17] de
manera tal que el poder ejercido parezca legítimo y natural. Consecuentemente,
e invirtiendo el concepto del dramaturgo alemán Bertolt Brecht[18],
los usuarios de la sociedad de la información comparten un mismo sistema de
comunicación porque justamente allí se encuentran todas las clases.
El poder en la SDI
Visiblemente, el nuevo espacio ciber-social
está generando “fuertes alteraciones en las estructuras de poder y en la
distribución de la riqueza”[19].
Sabido es que en la sociedad de la información convergen dos fuerzas: los señores del aire o propietarios y los
usuarios-consumidores. Para De Certeau cada uno de estos sectores “recurre a
las nociones de estrategia y táctica para caracterizar las acciones de los
sujetos. La estrategia, vinculada a los productores (…) posibilita las
relaciones de dominio sobre una exterioridad distinta (…) En cambio, la táctica
de los consumidores está determinada por la ausencia de un lugar propio (…) y
no posee autonomía”[20].
Aunque la descripción de De Certeau se ajusta a la ciber-sociedad, no logra identificar que el orden o las relaciones
de poder tengan la posibilidad de subvertirse. Y es justamente la concordancia ideológica que aquí se plantea la que podría permitir que las
herramientas tecnológicas de hoy -conectadas mediante redes globales- reviertan
algunas estructuras de mando preestablecidas. Varios ejemplos recientes expusieron
que los sistemas de poder hegemónico entraron en una fase de desigualdad
integral y que podríamos calificar como deficientes. Los reclamos más
resonantes popularizados desde el ciberespacio fueron la Primavera Árabe (2010-2013), las actividades de los Chalecos Amarillos en Francia y el Reino
Unido (2018), las protestas sociales en Norteamérica y las revueltas
populares en Sudamérica.
Para Sibilia “estamos transformando la era de la información (…),
modificando las artes, la política, y el comercio, e incluso la manera en que
se percibe el mundo”, tal como coincidían McLuhan y Marx. Quizá, la naciente
generación de jóvenes proletarios
informatizados esté asumiendo un rol decisivo en aquellos posibles cambios,
gracias a las prácticas cotidianas que hoy realizan en Internet y el mundo de
las redes. “A ellos también les incumbiría la importante tarea de ‘inventar
nuevas armas’, capaces de oponer resistencia a los nuevos y cada vez más
astutos dispositivos de poder”[21].
Al respecto -y contradiciendo a De Certeau- las prácticas de los usuarios
en la sociedad de la información se desarrollan silenciosa, pero revolucionariamente.
Los ejemplos citados anteriormente -donde las revueltas se originaron con
mensajes de texto y con la distribución de contenidos mediante redes sociales
como Facebook, Twitter e Instagram- indican que las actividades virtuales reproducidas
adentro de la Web terminan implosionando
con respuestas afuera de ella, es decir, en el espacio público real.
En referencia a estas operaciones de entrada, interacción y salida
por la Red y que luego exteriorizan distintas participaciones en el entorno
físico y cívico de la sociedad, Manuel Castells considera que las
“organizaciones militantes, así como miles de activistas particulares, se
movilizan en campañas concretas, se conectan entre sí a través de Internet para
debatir, organizar, actuar y compartir, [atravesando fronteras] y llegando a lo
local desde lo global (…), sin someterse a ninguna de las formas de burocracia
de surgen de los mecanismos de delegación del poder”[22].
¿Un entorno
democrático?
Aunque el ciberespacio está determinado por la conectividad -donde la
información y el conocimiento se propagan libremente-,
la democratización de la difusión en la sociedad de la información carece de
los principios políticos vislumbrados en los estados avanzados. Para el
escritor Javier Echeverría, las insuficiencias abracan: “la primacía del poder
civil, la división de poderes y la territorialidad”[23].
El autor español denomina al
espacio social informatizado como “tercer entorno o E3” y que “difiere profundamente
de los entornos naturales -E1- y urbanos -E2-”[24].
Según Echeverría, en este tercer ambiente no existen las
autoridades republicanas –mandos ejecutivos, legislativos y judiciales-;
tampoco hay poder civil constituido –no se vota-, y mucho menos se ejerce la
territorialidad de los estados-nación bajo la protección de la ley. Además, los
navegadores carecen de las identidades que se evidencian en los entornos 1 y 2,
ya que en la sociedad de la información es posible crear varias direcciones de
correos electrónicos, diversos nombres y apodos de usuarios para loguearse en
las plataformas y redes y un sinfín de contraseñas de acceso, donde no siempre
se asimilan sus denominaciones reales. Menos aún poseen ciudadanía, no son
"naturales" de ningún pueblo, ni tienen residencia alguna. Así, los
usuarios tampoco ostentan el reconocimiento de derechos y obligaciones[25].
Por lo tanto, y coincidiendo con los demás autores en las definiciones previas,
solo prevalece la supremacía económica[26].
Es decir que la sociedad de la
información, como cualquier otra conformación colectiva “se produce (y
reproduce) a sí misma mediante el proceso de trabajo (…), un ámbito donde se
producen bienes materiales, relaciones sociales e ideología. Es el lugar donde
se crea el poder en cada sociedad, así como también la resistencia a ese poder
y los medios para superarlo”[27].
Las recientes tecnologías del
ciberespacio son herramientas evolutivas del capitalismo contemporáneo,
instruidas en la sociedad de los consumidores para “mantener
el sistema de dominación conocido como orden social”[28].
Mediante las interacciones virtuales, los usuarios están reproduciendo
actividades que se desplazan hacia todos los ámbitos, pero sobre todo
económicos. Sin embargo, esas armas mercantilistas son
-paradójicamente- impuestas de manera autoritaria y bajo una neblina
democrática, aunque están posibilitando la consolidación de otros lazos
colectivos que, gracias a la transversalidad de acciones de
los cibernautas apátridas y desjerarquizados, generan nuevas tácticas
sociales conjeturadas antiguamente en las bases comunistas...
SF
Citas y Referencias:
[1]
Definición utilizada para los servicios de radio y televisión de usos
masivos.
[2]
Definición de Williams Gibson en Neuromancer
(1984, Ace Books).
[3]
Definición de Javier Echeverría en Democracia y sociedad de la información
en Espacios del saber (p. 65).
[4]
Sibilia, P. (La intimidad como
espectáculo, p. 28).
[5]
Los antiguos griegos empleaban el término para referirse a los extranjeros. En
este sentido, mujeres, esclavos y extranjeros no alcanzaban el status de
ciudadano (Felipe Derqui, 2018, nota al pie de pág. 7).
[6]
Sibilia, P. (La intimidad como
espectáculo, p. 29).
[7]
Sibilia, P. (La intimidad como
espectáculo, p. 31).
[8]
Cultura que emerge del uso del ordenador y las nuevas tecnologías de la
información, para la comunicación, el entretenimiento y el mercadeo electrónico
(André Lemos en Cultura de la movilidad).
[9]
Concepto de Michel de Certeau en La
Invención de lo Cotidiano.
[10]
Empresas transnacionales que construyen, mantienen y explotan las
infraestructuras tecnológicas que permiten el funcionamiento de la sociedad de
la información (Echeverría, 2002, p. 65).
[11]
Quevedo, L. A. (Portabilidad
y cuerpo, p. 12).
[12]
Concepto adaptado de Paula Sibilia en La
intimidad como espectáculo.
[13]
En Understanding Media (Comprender los Medios de Comunicación).
[14]
K. Marx y F. Engels (Manifiesto del
Partido Comunista, p. 35-36).
[15]
K. Marx y F. Engels (Manifiesto del
Partido Comunista, p. 35).
[16]
Hebdige, D. (De la cultura a la hegemonía/Subcultura: el significado (...),
p. 30-31).
[17] Gramsci, A. (La política y el estado moderno, p. 113).
[18]
La cita de Brecht dice: “La sociedad no podrá compartir un sistema de
comunicación común mientras siga dividida en clases enfrentadas” (Hebdige, 2004,
p. 31).
[19]
Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 66).
[20]
Derqui, F. (Una revisión crítica del concepto de poder, p. 8).
[21]
Sibilia, P. (La intimidad como
espectáculo, p. 13).
[22]
Castells, M. (Comunicación y poder, p. 447, 451).
[23]
Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 66-67).
[24]
Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 70-71).
[25]
Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 71-72).
[26]
Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 75).
[27]
Mayo, A. (La Ideología del conocimiento,
p. 13-14).
[28]
Bauman, Z. (Vida de consumo, p. 105).
Bibliografía utilizada:
-Bauman, Z.
(2007). Vida de consumo. Fondo de
Cultura Económica. Bs. As.
-Castells, M.
(2012). Comunicación y poder. Siglo
XXI Editores. México.
-De Certeau, M.
(1996). Artes de hacer en La invención de lo cotidiano.
Universidad Iberoamericana. México.
-Derqui, F.
(2018). Platón y Aristóteles, dos
respuestas a la crisis de la polis. Apuntes de Cátedra. Bs. As.
-Derqui, F.
(2019). Una revisión crítica del concepto
de poder. 1° Congreso Latinoamericano de Cs. Sociales de la UNVM, Va.
María. Córdoba.
-Echeverría, J.
(2002). Democracia y sociedad de la
información en Espacios del saber.
Paidós. Bs. As.
-Gramsci, A.
(1993). La política y el estado moderno.
Planeta. Bs. As.
-Hebdige, D.
(2004). De la cultura a la hegemonía
en Subcultura: el significado del estilo.
Paidós. Barcelona.
-Lemos, A.
(2010). Cultura de la movilidad en Nomadismos Tecnológicos. Dispositivos
móviles. Usos masivos y prácticas artísticas. Ariel. Bs. As.
-Marx, K. y
Engels, F. (2011). Manifiesto del Partido
Comunista. Centro de Estudios Socialistas. México.
-Mayo, A.
(2005). La Ideología del conocimiento.
Jorge Baudino Editores. Bs. As.
-McLuhan, M.
(1996). Comprender los Medios de
Comunicación. Paidós. Bs. As.
-Quevedo, L.
(2007). Portabilidad y Cuerpo.
FLACSO. Bs. As.
-Sibilia, P.
(2008). La intimidad como espectáculo.
Fondo de Cultura Económica. Bs. As.
-Tocqueville, A
de. (1995). La Democracia en América.
Alianza. Madrid.
-Nota del Autor: esta publicación fue elaborada como trabajo de evaluación final para la Cátedra de Ciencias Políticas de la UNSAM del profesor Felipe Derqui (2019) y también contiene textos de otras materias, como Ecología de los Medios y Estudio del Mercado y las Audiencias.