sábado, 6 de noviembre de 2021

Dune: cuando la ciencia ficción es un producto de la realidad


Dune es la mejor pieza cinematográfica de ciencia ficción de las últimas décadas. El film es de Denis Villeneuve, un genio de esta era, quien ya nos había adelantado en "Arrival" (2016, La llegada) cómo es posible elaborar cine de ciencia ficción de alta calidad en la posmodernidad. En este viaje universal, el director canadiense se autosupera, conduciéndonos con intrigas y suspenso hacia un relato fantástico sin fisuras. 

Indudablemente, la obra ha sido comparada con las matrices de Star Wars y 2001: Odisea... a través de la lógica autoridad que estas películas provocaron en generaciones de cineastas. Sin embargo, la historia de Dune es anterior: escrita por Frank Herbert, nació como novela en 1965 y sembró algunas ideas en George Lucas para la creación de la trilogía más famosa de Hollywood. También hubo un intento en 1984 (David Lynch), aunque no fue exitoso. En consecuencia, hay un vector de reciprocidades mutuas, pero no debería ser motivo para menospreciarla. Todo lo contrario. 

Con Star Wars coexiste el argumento político de un imperio galáctico y la insurrección oculta que emergerá con un héroe prometedor. Asimismo, la narración gira en torno al destino del personaje, representado en sueños, donde visiona a una joven mujer que tendrá injerencia en su vida. Allí se centra la relación causa-efecto. Una diferencia interesante con La Guerra de las Galaxias es la ausencia de droides y criaturas, lo que le confiere al proyecto una mayor preponderancia humana.   

Mientras que con 2001: Odisea... convive la materialización fílmica de escenas en el espacio exterior (un denominador común en todas las producciones posteriores del género galáctico) y la creación de territorios universales inexplorados. Por demás, el notable trabajo de Hans Zimmer transita como “valor añadido por la música” (1998, Michael Chion) para conducir sensibilidades en el proceso rítmico de escenas nerviosamente apacibles; algo similar a las composiciones de Richard Strauss y György Ligeti en la ópera prima de Stanley Kubrick.

No obstante, lo más importante de Dune es que recupera los valores del cine clásico, sustentado con el fruto de lo nuevo. En este aspecto, hay una gran tarea de montaje que permite organizar el sentido del relato, muy cristalino, y que va hipnotizando al espectador para que no advierta que está mirando una película. 

Villeneuve ideó escenas que fluyeran sin aceleraciones temporales ni secuencias forzadas y tampoco que dependieran exclusivamente de las técnicas visuales, lo que realza la producción en su conjunto, favoreciendo la evolución de los protagonistas. Además, el director procuró que la narrativa y los personajes estén equiparados con el componente sensitivo (imagen y sonido), distanciándose de las realizaciones más recientes donde solo importa la espectacularidad. Como en otros timpos, los efectos especiales fueron un recurso y no la estrucura. 

Por su parte, la fotografía es esencial para las expresiones visuales, donde la estética elegida aporta el matiz preciso para adecuar las bellas locaciones naturales con los auténticos sets de estudio, aportando objetividad en las escenas. Esa confluencia decorativa, sumada a la preferencia por música conducente y sonidos descriptivos, más la inclusión de efectos increíbles, nos introducen más allá de la pantalla, invitándonos al reconocimiento de una trama atractiva, a pesar de la replicación argumentativa con otras cintas similares.  

El aporte de Hans Zimmer es perfecto para sostener la expectativa y para unificar todos los elementos fílmicos. El resultado es extraordinario porque provoca una sensación cautivante que no muchas obras pueden alcanzar: que el espectador crea que forma parte de la aventura, olvidándose de la pantalla, atraído por una fuerza sobrenatural. Es como tener el ticket mágico de "Last action hero" (1993, El último gran héroe).

En cuanto al desempeño de Timothée Chalamet -Paul Atreides- se reafirma que sus actuaciones van en permanente ascenso: se adapta a todos los rubros (comedia, drama, ficción) y cualquier papel roza la excelencia. Esa diversidad es fundamental para interpretar a un protagonista con vaivenes emocionales. Del mismo modo, los trabajos de Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Stellan Skarsgård y Javier Barden son tan sólidos que le imprimen seriedad al entorno ilusorio, estableciendo un clímax de credibilidad permanente. 

En la era del cine frenético, Villeneuve reivindica el género de ciencia ficción con un producto clásico y sublime, aunque le agrega un matiz melodramático. Dune es más que un encuentro entre dos mundos: esta expresión artística logra acercar las diferencias perceptivas entre la ficción y la realidad, como si estuviéramos viendo imágenes del futuro. Sin dudas, una de las películas del año. 

Por Santiago Figueredo

Periodista y Lic. en Comunicación Audiovisual

Imagenes: imdb.com