En la Edad Media, el conocimiento se difundía únicamente en monasterios o abadías, ya que la mayoría de las bibliotecas se encontraban en las instituciones religiosas. Por lo tanto, clérigos y sacerdotes eran los principales predicadores del saber: una educación regida bajo los cánones cristianos, en tiempos donde el teocentrismo aún dominaba la escena pública y el poder político se ejercía mediante la alianza entre los monarcas y el papado.
Sin embargo, la sociedad feudal
empezaba a vislumbrar algunos cambios producto de las nuevas ideas y de la
migración rural hacia las ciudades. Este proceso comenzó a erosionar lentamente
ciertos privilegios de los nobles, quienes ostentaban la exclusividad de la enseñanza.
Y el lenguaje era una de las barreras que le impedían al vulgo –la
plebe- acceder a la lectura y al discernimiento. Aunque cada región europea
empleaba su respectivo dialecto –rural o vulgar-, la lengua oficial del mundo
cristiano era el latín: idioma utilizado para todos los asuntos burocráticos, legales,
administrativos y pedagógicos de la órbita estatal, lo que evidenciaba su
carácter elitista.
En ese entorno se crio el filósofo
italiano Dante Alighieri (1265-1321). Nacido en Florencia, una ciudad pujante y
culturizada, el poeta acogió una instrucción vivamente católica. Si bien su
fama se extendió durante siglos por su célebre “Divina Comedia”, me atrevo a
considerar que su legado más trascendente fue otra de sus obras, aunque no tan
popular como aquella: Convivio. Dante ocupó un lugar privilegiado en la sociedad, pero
supo identificar la problemática social vinculada al acceso del conocimiento
por parte de los sectores marginales. Influido con otras motivaciones
espirituales, morales y políticas, decidió difundir sus textos en la jerga
vulgar, la del pueblo laico, posibilitando así los alcances del saber a los humildes
e ignorantes. Esta herencia no solo insinuó un cambio cultural, sino que despertó
una mentalidad nueva en las comunidades desahuciadas; en los despreocupados,
pasivos e indiferentes de la urbe y de las zonas rurales, quienes fueron
descubriendo el imperio del razonamiento.
Al igual que Aristóteles, el escritor
florentino reflexionaba que todos los seres humanos naturalmente desean conocer, pero también creía que la lengua materna o nativa elevaba
las posibilidades de comunicación porque era compartida por toda la población.
Dante sostuvo en su obra Convivio -o
Convite- que una “liberalidad
manifiesta” lo hizo inclinarse por el vulgar para “dar a muchos (…) y dar cosas
útiles (…); dar el regalo sin que haya sido demandado”.
Convivio fue
–precisamente- una “invitación”, un banquete o convite, hacia el vulgo para
revelar la sabiduría, incentivado con el deseo personal de compartir la
filosofía aprendida. Sin embargo, su mensaje estaba especialmente (tele) dirigido
a la clase dominante y culta: quería demostrarles que la ignorancia era
reversible y que la enseñanza debía ser inclusiva.
Dante utilizó una herramienta
práctica que no solo significó una revolución educativa, sino que empoderó a la
población con el saber a través de la lectura, desplegando apetencias políticas
en una clase inmovilizada. Asimismo, con la unificación de los dialectos
rurales, fue más viable la conformación de una lengua que permitiera el
desarrollo de la literatura y de la poesía, como había sucedido anteriormente con
las canciones. En consecuencia, tanto el arte y la cultura como la educación
formal iban a ser divulgadas a los ámbitos más extremos.
Gracias al invento de Gutenberg y
a la migración forzada tras el asalto de Maguncia, donde cierta cantidad de
impresores se establecieron en Florencia, las obras de Dante se propagaron por toda
Italia y el centro de Europa después de su muerte. Por ello, la importancia del
trabajo del escritor trasciende a sus textos y creaciones poéticas. Su legado transversal
no solo fue lingüístico, artístico y cultural: además, contribuyó al cambio político
y social de la etapa renacentista.
El resultado fue la elevación de
las clases desdichadas y el surgimiento de un nuevo ser: un sujeto provisto de
un instrumento fundamental para acometer las estructuras y trastocar lo
establecido.
S.E.F.
Imagen: Belshazzar's Feast - John Martin (británico, 1789 - 1854)