viernes, 22 de noviembre de 2019

Internet: una herramienta capitalista con prácticas comunistas

Imagen: Martin Armstrong
El siglo XXI germinó de la mano de un paradigma universal: los medios de comunicación ya no pertenecen al clásico mundo del broadcasting[1] y los espacios virtuales globalizados –como Internet- irrumpieron desparramando una concepción “democratizadora” de la información. 

Hace 185 años, cuando los "mass media" ni siquiera figuraban en el mapa, Alexis de Tocqueville describía para la Europa post monárquica -en La Democracia en América- cómo el sistema político norteamericano estaba “cubierto de una apariencia democrática, bajo la cual se ven de cuando en cuando asomar los antiguos colores aristocráticos”.

Algo similar podría plantearse sobre la injerencia de los nuevos medios en la sociedad actual y su presunta "virtud republicana" ya que, bajo un manto liberal, el ciberespacio[2] evade el territorio democrático. En realidad, en la red informática convergen varios fundamentos ideológicos: políticos, productivos, sociológicos y comunicacionales, pero también conviven otros conceptos antagónicos donde Adam Smith y Karl Marx podrían fundirse en un apretón de manos insospechado...

Un nuevo entorno social

Las nuevas herramientas de la información y la comunicación transforman nuestras conductas. La Red ha crecido de tal manera que los cambios en el comportamiento humano son un fenómeno sociocultural. Estos avances tecnológicos -y aquellas interrelaciones- posibilitaron la creación de una sociedad de la información[3]. Al definir a la sociedad de la información primero debemos conocer quienes la componen y para ello es necesario delinear una premisa trascendental: todos sus integrantes requieren de la capacidad de conexión a las redes telemáticas mediante cualquier dispositivo. En consecuencia, quienes no posean esa disposición estarán fuera de dicha sociedad y, según la antropóloga Paula Sibilia, “al menos cinco mil millones de terráqueos carecen del acceso a la Web”[4]Esto nos lleva al primer conflicto democrático.

Los nuevos bárbaros[5] de la sociedad de la información –los excluidos del sistema- solo serán reconocidos en la misma una vez que logren acceder a las plataformas que los conecten al ciberespacio. Sibilia nos amplía el panorama advirtiendo que “a contrapelo de los festejos por la democratización de los medios, los números sugieren que las brechas entre las regiones más ricas y más pobres del mundo no están disminuyendo”[6]. En definitiva, los marginales informáticos suman cerca de dos tercios de la población mundial y “están condenados a la indivisibilidad total”[7]. De esta forma, se vulnera uno de los valores elementales del modelo: la igualdad.

Ahora bien; si cerramos el espectro, es decir, cuando identificamos únicamente a los actores que interactúan en la sociedad de la información, contemplaremos que la cibercultura[8] -como producto avanzado del capitalismo moderno- posee herramientas que acentúan el consumismo, reconfigurando las antiguas relaciones sociales descritas por Marx: hay una nueva burguesía propietaria de los medios en red y una creciente masa de ciberusuarios. Ambas clases ratifican las contradicciones expuestas por el autor de El Capital.

El esquema de clases de la sociedad de la información se podría representar con forma de cruz, donde los vectores opuestos se superponen: de un lado, y adaptando la teoría de Michel de Certeau sobre la problemática del poder[9], existe una clara transversalidad en los vínculos sociales que despliegan los cibernautas; del otro, y por encima de ellos, desciende una línea verticalista de dominación ejercida desde la nueva burguesía -los llamados “señores del aire[10] o, para ser más explícitos, los propietarios de las corporaciones de tecnología alojadas en Silicon Valley- quienes imponen ese poderío arbitrariamente.

Por lo tanto, la actividad transversal de los consumidores se genera mediante el uso de la tecnología porque con ella “atraviesa todos los sectores de la pirámide social de distribución”[11], actuando masivamente y rompiendo cualquier límite territorial. La Web y las redes son el espacio público de hoy, donde prácticamente se dirime todo: desde la gestación de lazos comunitarios hasta las relaciones comerciales más importantes. Así pues, el ciberespacio no solo es un medio de comunicación innovador, sino que se ha transformado en un recurso de producción, tanto virtual como real[12].

Hace más de 40 años, el filósofo y estudioso de los medios de comunicación Marshall McLuhan descifraba que las tecnologías que nos rodean, además de modificar nuestras conductas, cambian la “forma de ver el mundo”[13]. Al respecto, Marx y Engels señalaban algo similar trece décadas antes que el canadiense: “merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones (…) En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza”[14].

Los dueños de la Web y las redes telemáticas -al igual que la clase dominante apuntada por Marx- “necesita establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes. Mediante la explotación del mercado mundial”[15]. Precisamente, la actividad conducida por los señores del aire persigue “las líneas establecidas por los discursos dominantes (…) y tienden a representar sus propios intereses”[16]. Cuando el sociólogo alemán apuntaba que la clase que tiene a su disposición los medios de producción material controla a la vez los medios de producción mental, estaba explicando cómo se sostiene la dominación ideológica, cultural e intelectual en las sociedades capitalistas modernas. Este concepto recobra notable vigencia en la sociedad de la información. 

En la misma línea de pensamiento, el italiano Antonio Gramsci aporta un enfoque más claro con la noción de hegemonía porque refiere una situación donde la unidad dominante, es decir, “una sola de ellas (…) tiende a prevalecer (…) en toda el área social sobre una serie de grupos subordinados”[17] de manera tal que el poder ejercido parezca legítimo y natural. Consecuentemente, e invirtiendo el concepto del dramaturgo alemán Bertolt Brecht[18], los usuarios de la sociedad de la información comparten un mismo sistema de comunicación porque justamente allí se encuentran todas las clases.

El poder en la SDI

Visiblemente, el nuevo espacio ciber-social está generando “fuertes alteraciones en las estructuras de poder y en la distribución de la riqueza”[19]. Sabido es que en la sociedad de la información convergen dos fuerzas: los señores del aire o propietarios y los usuarios-consumidores. Para De Certeau cada uno de estos sectores “recurre a las nociones de estrategia y táctica para caracterizar las acciones de los sujetos. La estrategia, vinculada a los productores (…) posibilita las relaciones de dominio sobre una exterioridad distinta (…) En cambio, la táctica de los consumidores está determinada por la ausencia de un lugar propio (…) y no posee autonomía”[20].

Aunque la descripción de De Certeau se ajusta a la ciber-sociedad, no logra identificar que el orden o las relaciones de poder tengan la posibilidad de subvertirse. Y es justamente la concordancia ideológica que aquí se plantea la que podría permitir que las herramientas tecnológicas de hoy -conectadas mediante redes globales- reviertan algunas estructuras de mando preestablecidas. Varios ejemplos recientes expusieron que los sistemas de poder hegemónico entraron en una fase de desigualdad integral y que podríamos calificar como deficientes. Los reclamos más resonantes popularizados desde el ciberespacio fueron la Primavera Árabe (2010-2013), las actividades de los Chalecos Amarillos en Francia y el Reino Unido (2018), las protestas sociales en Norteamérica y las revueltas populares en Sudamérica.

Para Sibilia “estamos transformando la era de la información (…), modificando las artes, la política, y el comercio, e incluso la manera en que se percibe el mundo”, tal como coincidían McLuhan y Marx. Quizá, la naciente generación de jóvenes proletarios informatizados esté asumiendo un rol decisivo en aquellos posibles cambios, gracias a las prácticas cotidianas que hoy realizan en Internet y el mundo de las redes. “A ellos también les incumbiría la importante tarea de ‘inventar nuevas armas’, capaces de oponer resistencia a los nuevos y cada vez más astutos dispositivos de poder”[21].

Al respecto -y contradiciendo a De Certeau- las prácticas de los usuarios en la sociedad de la información se desarrollan silenciosa, pero revolucionariamente. Los ejemplos citados anteriormente -donde las revueltas se originaron con mensajes de texto y con la distribución de contenidos mediante redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram- indican que las actividades virtuales reproducidas adentro de la Web terminan implosionando con respuestas afuera de ella, es decir, en el espacio público real.   

En referencia a estas operaciones de entrada, interacción y salida por la Red y que luego exteriorizan distintas participaciones en el entorno físico y cívico de la sociedad, Manuel Castells considera que las “organizaciones militantes, así como miles de activistas particulares, se movilizan en campañas concretas, se conectan entre sí a través de Internet para debatir, organizar, actuar y compartir, [atravesando fronteras] y llegando a lo local desde lo global (…), sin someterse a ninguna de las formas de burocracia de surgen de los mecanismos de delegación del poder”[22].

¿Un entorno democrático?

Aunque el ciberespacio está determinado por la conectividad -donde la información y el conocimiento se propagan libremente-, la democratización de la difusión en la sociedad de la información carece de los principios políticos vislumbrados en los estados avanzados. Para el escritor Javier Echeverría, las insuficiencias abracan: “la primacía del poder civil, la división de poderes y la territorialidad”[23].

El autor español denomina al espacio social informatizado como “tercer entorno o E3” y que “difiere profundamente de los entornos naturales -E1- y urbanos -E2-”[24]. Según Echeverría, en este tercer ambiente no existen las autoridades republicanas –mandos ejecutivos, legislativos y judiciales-; tampoco hay poder civil constituido –no se vota-, y mucho menos se ejerce la territorialidad de los estados-nación bajo la protección de la ley. Además, los navegadores carecen de las identidades que se evidencian en los entornos 1 y 2, ya que en la sociedad de la información es posible crear varias direcciones de correos electrónicos, diversos nombres y apodos de usuarios para loguearse en las plataformas y redes y un sinfín de contraseñas de acceso, donde no siempre se asimilan sus denominaciones reales. Menos aún poseen ciudadanía, no son "naturales" de ningún pueblo, ni tienen residencia alguna. Así, los usuarios tampoco ostentan el reconocimiento de derechos y obligaciones[25]. Por lo tanto, y coincidiendo con los demás autores en las definiciones previas, solo prevalece la supremacía económica[26].

Es decir que la sociedad de la información, como cualquier otra conformación colectiva “se produce (y reproduce) a sí misma mediante el proceso de trabajo (…), un ámbito donde se producen bienes materiales, relaciones sociales e ideología. Es el lugar donde se crea el poder en cada sociedad, así como también la resistencia a ese poder y los medios para superarlo”[27].

Las recientes tecnologías del ciberespacio son herramientas evolutivas del capitalismo contemporáneo, instruidas en la sociedad de los consumidores para “mantener el sistema de dominación conocido como orden social”[28]. Mediante las interacciones virtuales, los usuarios están reproduciendo actividades que se desplazan hacia todos los ámbitos, pero sobre todo económicos. Sin embargo, esas armas mercantilistas son -paradójicamente- impuestas de manera autoritaria y bajo una neblina democrática, aunque están posibilitando la consolidación de otros lazos colectivos que, gracias a la transversalidad de acciones de los cibernautas apátridas y desjerarquizados, generan nuevas tácticas sociales conjeturadas antiguamente en las bases comunistas...
SF



Citas y Referencias:

[1] Definición utilizada para los servicios de radio y televisión de usos masivos.  
[2] Definición de Williams Gibson en Neuromancer (1984, Ace Books).
[3] Definición de Javier Echeverría en Democracia y sociedad de la información en Espacios del saber (p. 65).
[4] Sibilia, P. (La intimidad como espectáculo, p. 28).
[5] Los antiguos griegos empleaban el término para referirse a los extranjeros. En este sentido, mujeres, esclavos y extranjeros no alcanzaban el status de ciudadano (Felipe Derqui, 2018, nota al pie de pág. 7).
[6] Sibilia, P. (La intimidad como espectáculo, p. 29).
[7] Sibilia, P. (La intimidad como espectáculo, p. 31).
[8] Cultura que emerge del uso del ordenador y las nuevas tecnologías de la información, para la comunicación, el entretenimiento y el mercadeo electrónico (André Lemos en Cultura de la movilidad).
[9] Concepto de Michel de Certeau en La Invención de lo Cotidiano.
[10] Empresas transnacionales que construyen, mantienen y explotan las infraestructuras tecnológicas que permiten el funcionamiento de la sociedad de la información (Echeverría, 2002, p. 65).
[11] Quevedo, L. A.  (Portabilidad y cuerpo, p. 12).
[12] Concepto adaptado de Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo.
[13] En Understanding Media (Comprender los Medios de Comunicación).
[14] K. Marx y F. Engels (Manifiesto del Partido Comunista, p. 35-36).
[15] K. Marx y F. Engels (Manifiesto del Partido Comunista, p. 35).
[16] Hebdige, D. (De la cultura a la hegemonía/Subcultura: el significado (...), p. 30-31).
[17] Gramsci, A. (La política y el estado moderno, p. 113).
[18] La cita de Brecht dice: “La sociedad no podrá compartir un sistema de comunicación común mientras siga dividida en clases enfrentadas” (Hebdige, 2004, p. 31).
[19] Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 66).
[20] Derqui, F. (Una revisión crítica del concepto de poder, p. 8).
[21] Sibilia, P. (La intimidad como espectáculo, p. 13).
[22] Castells, M. (Comunicación y poder, p. 447, 451).
[23] Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 66-67).
[24] Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 70-71).
[25] Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 71-72).
[26] Echeverría, J. (Democracia y sociedad de la información/Espacios del saber, p. 75).
[27] Mayo, A. (La Ideología del conocimiento, p. 13-14).
[28] Bauman, Z. (Vida de consumo, p. 105).

Bibliografía utilizada:

-Bauman, Z. (2007). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica. Bs. As.
-Castells, M. (2012). Comunicación y poder. Siglo XXI Editores. México.
-De Certeau, M. (1996). Artes de hacer en La invención de lo cotidiano. Universidad Iberoamericana. México.
-Derqui, F. (2018). Platón y Aristóteles, dos respuestas a la crisis de la polis. Apuntes de Cátedra. Bs. As.
-Derqui, F. (2019). Una revisión crítica del concepto de poder. 1° Congreso Latinoamericano de Cs. Sociales de la UNVM, Va. María. Córdoba.
-Echeverría, J. (2002). Democracia y sociedad de la información en Espacios del saber. Paidós. Bs. As.
-Gramsci, A. (1993). La política y el estado moderno. Planeta. Bs. As.
-Hebdige, D. (2004). De la cultura a la hegemonía en Subcultura: el significado del estilo. Paidós. Barcelona.
-Lemos, A. (2010). Cultura de la movilidad en Nomadismos Tecnológicos. Dispositivos móviles. Usos masivos y prácticas artísticas. Ariel. Bs. As. 
-Marx, K. y Engels, F. (2011). Manifiesto del Partido Comunista. Centro de Estudios Socialistas. México.
-Mayo, A. (2005). La Ideología del conocimiento. Jorge Baudino Editores. Bs. As.
-McLuhan, M. (1996). Comprender los Medios de Comunicación. Paidós. Bs. As.
-Quevedo, L. (2007). Portabilidad y Cuerpo. FLACSO. Bs. As.
-Sibilia, P. (2008). La intimidad como espectáculo. Fondo de Cultura Económica. Bs. As.
-Tocqueville, A de. (1995). La Democracia en América. Alianza. Madrid.  


-Nota del Autor: esta publicación fue elaborada como trabajo de evaluación final para la Cátedra de Ciencias Políticas de la UNSAM del profesor Felipe Derqui (2019) y también contiene textos de otras materias, como Ecología de los Medios y Estudio del Mercado y las Audiencias.

martes, 20 de agosto de 2019

Espacio Literario: "Martillazos"

Me desperté dormido; como anestesiado o atontado, y con los ojos completamente cerrados. No supe abrirlos. El peso de los párpados lacró cualquier intento de exploración. No tenía fuerzas para cambiar eso. Lidiaba entre un despabilamiento inevitable y el deseo ferviente de continuar sumergido en el letargo. La percepción de estar flotando en un cielo intergaláctico –oscuro, infinito y profundo- se trasladaba cíclicamente hacia ese vacío temporal que precede a desvelarse. El trance me mantenía inmovilizado; derrumbado, de espaldas y boca arriba sobre una extraña rigidez que todavía no podía identificar. Entre nebulosas, empecé a distinguir un zumbido que crecía sutilmente en mis oídos y se arrastraba lentamente con la intención de torturarme hasta teclear mi debilitado cerebro. No podía discernir en dónde estaba, qué era real y cuál era el sueño.

Aquella lucha intermitente entre el subconsciente y el inconsciente era perturbadora. Apenas si podía respirar. Este ejercicio inerte y mecanizado parecía que iba a agotar el escaso aire húmedo y gélido de alrededor. No obstante, revelé que la dificultad para inhalar provenía de un agudo dolor pectoral que comprimía el pecho contra la espalda. No tenía el control del cuerpo y mi mente jugaba conmigo, confundiéndome entre alucinaciones y espejismos. La ausencia de luminosidad, sobre todo mental, resultaba tan apabullante que trastocaba mi noción del tiempo. Un tiempo irreal, difuso y atemporal. 

La impresión de enormidad que confiere el firmamento nocturno achicó cualquier intento por revertir mi contextura petrificada. Durante la ciega disputa recurrente entre la incierta realidad y una posible ficción, sentí un frío envolvente. Noté que mi piel estaba apoyada en una superficie plana y glacial. El miedo cobró forma neuronal y ese temor reavivó algunas sensaciones. Continuaba sin poder parpadear, pero me di cuenta que el pitido que había surgido como amenaza desde los tímpanos, nunca se había detenido; y ya golpeaba las puertas de mi cabeza. Como si estuviera bajo los efectos de un sedante, intenté mover nuevamente mis extremidades, pero la tarea resultó extenuante. Advertí gotas de sudor que nacían desde la frente y que intentaban lanzarse sobre las sienes heladas. De a poco, descubrí que el ensueño emprendía la retirada, al igual que toda esa confusión dominante. 

Concebí un paulatino florecimiento de todo mi ser; como si Mr. Hyde intentara emerger desde las entrañas del Dr. Jekill. Vagamente, y a pesar de seguir aturdido, abrí pegajosamente mis pesados ojos, temiendo destapar lo peor. Así fue: la perspectiva no había cambiado y la oscuridad cósmica seguía allí. Mientras trataba de recobrar los sentidos adormecidos, me sobresalté. Sin embargo, las manos tampoco me respondían. A pesar de permanecer sólido como una escultura, atiné a elevarme, advirtiendo que –por el momento- sería imposible. El chiflido que inquietaba mi cerebro ya se había apagado. Voces humanas reemplazaron el ruido y un fuerte garrotazo de metal hizo retumbar mi cuerpo. 

-“Apúrate, José” -escuché estupefacto-. “Poné tres clavos más y después llevá el ataúd a la otra sala”. 
-“Sí, jefe”- respondió la otra voz...

S.F.

miércoles, 3 de julio de 2019

El fútbol que McLuhan predijo

Foto: Latin American Post
La verdadera razón por la que el jugador argentino Juan Foyth utilizó una aplicación del celular para estudiar a sus rivales es mucho más compleja que el simple “click” en la pantalla. El uso de los medios ha delineado la historia de la humanidad con conductas –individuales y colectivas- que nos han convertido en seres dependientes de sus “mensajes”.

Belo Horizonte. Junio de 2019. Copa América. La Selección Argentina se preparaba para enfrentar a Brasil por las semifinales del torneo continental, tras haber eliminado a Venezuela en cuartos. El jugador argentino más joven del plantel –Juan Foyth- declaró que para investigar a sus rivales utilizaba una app del smartphone que le reportaba información de los delanteros que debía marcar. El veredicto de muchos sería que “la tecnología está al servicio del hombre”. ¿O es al revés?

Estados Unidos. Enero de 1964. El profesor de literatura Marshall McLuhan (1911-1980) revelaba al mundo una de sus teorías más influyentes bajo la polémica frase “el medio es el mensaje. El filósofo canadiense abría así uno de los debates más apasionantes del siglo XX al considerar que –entre otros conceptos- los medios (de comunicación) alteran nuestras conductas. Es decir que las invenciones tecnológicas actúan como “extensiones” del cuerpo y, en consecuencia, impactan en el desarrollo humano. Desde el lenguaje, pasando por el alfabeto, hasta los equipos electrónicos de hoy, el mensaje que nos brindan las herramientas no es el contenido, sino la herramienta misma. En definitiva, la relación que entablamos con ella.

Hace 40 años, el doctor Carlos Bilardo emergía desde su amado Estudiantes de La Plata para separar a la opinión pública futbolística en dos. La implementación de videos para analizar a sus contrincantes fue toda una revolución. El título conseguido en el torneo Metropolitano de 1982 y sus particulares conocimientos tácticos reforzados en soporte de imágenes, lo llevaron a conducir la Selección Argentina. Con la mejor versión de Diego Maradona, la “albiceleste” se coronó en el Mundial de México ’86 y fue subcampeona en 1990. Si bien Bilardo importó metodologías desde otros deportes, la grieta que había zanjado hace cuatro décadas –cual Sócrates con la escritura en la antigüedad- sirvió para discutir ideas y madurar nuevas posturas frente a la aplicación de los modernos sistemas de grabación televisiva en el fútbol. Llevado a otro terreno, como McLuhan en la década del 60’…

Los discípulos de McLuhan, como Neil Postman –creador de la cátedra ‘Ecología de los Medios’ en los 70’- nos ayudaron a interpretar cómo los grandes descubrimientos científicos influyeron directamente en nuestra cultura, examinando la relación “ambiental” entre el hombre y aquellas herramientas. Primero fue el lenguaje, después el hallazgo del alfabeto y -más tarde-, con la invención de la imprenta de Gutemberg, hemos ido evolucionando hasta convertirnos en seres ampliamente sensatos. Los libros nos regalaron la lectura profunda y, como consecuencia, cambiamos la forma de escribir y de pensar. La humanidad progresó, la ciencia floreció y las naciones despidieron a un planeta que se había aferrado al feudalismo. También el calendario, la brújula y el reloj contribuyeron para transportarnos hacia una era industrial imparable, donde modificamos el comportamiento y nos convertimos en engranajes autómatas y reflexivos. Finalmente, la electricidad aceleró todo. Desde el telégrafo conquistamos la radio y luego la TV, pasando de la silenciosa sala de lectura al agitado living comedor. El tiempo se jerarquizó, las horas se encogieron a fracciones de segundos y la instantaneidad adoptó el carácter de nuestro accionar cotidiano. De pronto, ya no dependimos de una mesa o de un escritorio para manejar la computadora o navegar en Internet, y la necesidad de tener todo al alcance de la mano se hizo realidad con los teléfonos celulares inteligentes.

Antes de Bilardo, los entrenadores de fútbol utilizaban el pizarrón y cientos de hojas escritas para darles a conocer a sus jugadores las estrategias a emplear en un partido de fútbol. Además, tenían colaboradores que miraban el desempeño de otros equipos para descubrir falencias y virtudes que les fueran útiles en un próximo duelo. En los últimos años, la preparación se perfeccionó y los DVD empujaron a los videos al cadalso. Ahora, las imágenes en tres dimensiones, los programas específicos de estadísticas deportivas y las plataformas de datos coronan el nuevo racimo de dispositivos digitales para el alto rendimiento. 

Aunque los entrenadores aún garabatean pizarras y diagraman croquis a mano, los nuevos implementos técnicos desplazan silenciosamente a aquellos y nos están obligando a adecuarnos a sus “mensajes” o -como diría Postman- a sus “metáforas”. Precisamente, McLuhan y Postman estarían de acuerdo en algo: sería prácticamente imposible liberarnos de las tecnologías que nos rodean. 

Ayer fueron los videos de Bilardo. Hoy, el smartphone de Foyth.

miércoles, 19 de junio de 2019

Música para Camaleones


Martinica es una isla francesa, adoptada por los turistas europeos para disfrutar de los placeres del Mar Caribe. Su estructura volcánica le aporta una belleza natural insuperable, que combina las aguas cálidas y turquesas con las arenas blanquecinas. Martinica fue el escenario elegido para la última obra en vida del célebre escritor Truman Capote, donde -en su primer cuento- una anfitriona denominada Madame recibe la visita de un viajante norteamericano, mientras convive con decenas de camaleones. La aristócrata anciana –al haberse criado en París- tenía preferencia por los ritmos refinados y empezó a “ejecutar una sonata de Mozart (…) en un piano bien afinado”. Ante la mirada de “tres camaleones verdes”, le preguntó al visitante: “¿Sabía usted que les gusta la música? ¿No me cree?”. De a poco, “empezaron a acumularse los camaleones”. 

Estos pequeños  “reptiloides” se caracterizan por modificar su pigmentación en distintas ocasiones, ya sea para protegerse de alguna amenaza o ante manifestaciones climáticas. Además, poseen una lengua bífida afilada, se mueven con extremada velocidad, y sus ojos – totalmente independientes- logran una visión panorámica perfecta para detectar el peligro a tiempo. Todas son cualidades ideales de subsistencia, lo que les permite maniobrar entre las sombras, camuflados, y esperando el momento propicio para exponerse. 

En Latinoamérica, el término “camaleónico” se asocia a aquellas personas que cambian radicalmente el discurso o su personalidad con un objetivo incierto, y que –al tomar semejantes decisiones- generan sospechas o desaprobación social. En la política argentina, al menos en los últimos años, fuimos testigos de varios casos de dirigentes que “de rojo pasan a verde y de amarillo a lavanda”, como ilustraba la Madame en el libro de Capote. Lo llamativo es que aquellos políticos han sobrevivido y aún son agentes importantes de la burocracia nacional. Me pregunto ¿qué virtudes destaca la ciudadanía en un político que cambia sus ideas, proyectos o espacios partidarios? ¿Y cómo hace un candidato “camaleónico” para atraer la confianza del electorado? 

Virtud y confianza son palabras sobre las que se edificaron las teorías filosófico-políticas más trascendentes. Marco Tulio Cicerón (106-43 A.C.) –primero- y Nicolás Maquiavelo (1469-1527) –después- nos regalaron grandes conceptos sobre la virtud humana en pos de que el pueblo deposite su confianza en los “hombres (y mujeres, agrego) justos, leales y que nunca fueron sospechados o fraudulentos”. Pero nuestro sistema republicano –y la ciudadanía en general- aún no han concebido la integridad necesaria para identificar a los virtuosos y a los deshonestos. Posiblemente, deberíamos viajar a Martinica, donde la entrañable Madame incitó al protagonista del cuento –lo llamaremos efectivamente Truman- a que descubra sus “meandros de tinieblas” luego de mirarse en un oscuro espejo misterioso. ¿Cuántos políticos “camaleónicos” resistirían el reflejo del cristal de Madame?

Cicerón no contaba con el estupendo mural de vidrio que hoy conocemos, pero –seguramente- utilizaba los antiguos espejos -confeccionados sobre metales- que deformaban parcialmente cuerpos y rostros. En aquellos tiempos fundacionales de la república romana, los líderes trascendían por sus ideas. Hoy, la posmodernidad ha arrasado con el pensamiento y los valores, mientras los políticos encontraron facilidades para seducirnos desde lo visual; imponiendo imágenes triviales de ellos mismos y esparciendo difusores que nos impidan hallar la información que nos permitiría descubrir si un dirigente es confiable o incapaz

A veinte siglos del auge imperial de Roma, Argentina se alista para las elecciones nacionales. El preludio de la batalla plebiscitaria comenzó hace pocas semanas, cuando la senadora Cristina Fernández de Kirchner ungió a su ex amigo/enemigo Alberto Fernández como precandidato de Unidad Ciudadana. Para contrarrestar el golpe, el oficialismo también preparó un anuncio sorpresivo: a pocas horas del cierre de listas, Mauricio Macri postuló al peronista y ex kirchnerista Miguel Ángel Pichetto para que lo acompañe en la receta reeleccionista. A falta de una bomba, sonaron dos explosiones. Y dos conversos asumieron un rol estelar como nunca antes tuvieron las fórmulas presidenciales. Así, los camaleones se animaron a danzar en el centro de la pista... Una vez más. 

El pasado de ambos animales políticos –Pichetto y Fernández- es “aplastado” por la rotunda conmoción que generaron estas noticias. El senador por Río Negro había abandonado las filas que comandaba CFK, en búsqueda de un futuro prometedor cerca del Peronismo Federal. Sin embargo, fue hechizado por Cambiemos para conformar una coalición con “algo más de peronismo”. En tanto, el ex jefe de gabinete de Néstor y de Cristina, que también integró los gobiernos de Alfonsín, Menem y Duhalde,  regresó con la ex presidenta -tras fundar un partido propio y aliarse con Sergio Massa- a pesar de haberla denostado en 2015: “es definitivamente un mal gobierno, donde es difícil encontrar algo ponderable”, disparó. 

Las vertiginosas mutaciones de ambos sobrevivientes fueron determinantes para ser considerados por los líderes de las principales alianzas políticas, quienes movieron piezas clave en un tablero de ajedrez cada vez más difuso. Así, el personalismo logró desplazar a los partidos y a los ideales porque la ambición está por encima de cualquier plataforma. Gane quien gane las elecciones, una de las fórmulas mayoritarias tendrá un integrante camaleónico en el poder. En el pasado, la ciudadanía supo premiar y castigar a los reconvertidos, pero tal vez, deberíamos empezar a cuestionarnos si las “virtudes camaleónicas” son las verdaderas notas musicales que hacen bailar –cual Madame- a todo el electorado.
S.F.
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>Datos Bibliográficos 
-Capote, Truman. “Música para Camaleones” (1995). Ed. Sudamericana.
-Maquiavelo, Nicolás. “El Príncipe” (2005). Bureau Editor.
-Vázquez Herreros, Francisco. “La confianza en los políticos” (2004). Revista Claves, Ed. Progresa.
-La Martinique. WEB. La Isla de Martinica. www.martinica-turismo.com
-Wikipedia. WEB. Camaleón (Chamaeleonidae). https://es.wikipedia.org/wiki/Chamaeleonidae
>Imagen: http://thegolfclub.info